POR EMILIO LUGO
Hemos vivido días de intensa solidaridad y compañerismo entre unos 25.000 compatriotas. Ahí en la Plaza de Armas estaba presente
el Paraguay profundo. La gente formada en la cultura del trabajo, el esfuerzo compartido, el sacrificio diario. De manera pacífica hemos mezclado nuestras voces de reclamo, diversas organizaciones sociales: cooperativas, campesinos, transportistas volqueteros y graneleros. Posteriormente se adhirieron grupos de indígenas, representantes de otras instituciones que venían con sus propios reclamos y necesidades.
El triunfo parcial que conseguimos al suspenderse por 6 meses la aplicación del 10% del IVA a los créditos y todos los servicios sociales
de las cooperativas y la imposición de las listas sabanas para la elección de autoridades, en sustitución del histórico sistema nominal utilizado hace más de 80 años, es el resultado de la movilización disciplinada, la resistencia, el sufrimiento bajo el sol implacable del verano paraguayo. Continúa la lucha de los campesinos y ahí estaremos los cooperativistas con el mismo espíritu de colaboración y apoyo.
Compatriotas de diversos lugares nos encontramos unidos en la lucha contra las injusticias.
A pesar de las amenazas de ciertos voceros gubernamentales, con intenciones de crear miedo entre los dirigentes cooperativistas que estuvieron al frente de la movilización. A esto se sumaron los argumentos provenientes de ciertos cooperativistas que no aprobaron la firma de un acuerdo de movilización solidaria con otros compatriotas excluidos por el modelo de economía de capital.
Según ellos, nos estábamos aliando con los delincuentes, los violentos, los extremistas. Preguntamos a estos señores, si por el hecho de que nuestros compatriotas vivan en la pobreza o extrema pobreza ya les convierte en posibles o potenciales delincuentes. Y eso no significa, por casualidad que estamos criminalizando a las familias pobres o empobrecidas. Este desprecio a los excluidos, pregunto, por si acaso, sapy’a reírõ guarãnte aporandu, no es una expresión clara de la cultura del Descarte que con firmeza denunciara el papa Francisco, ante las autoridades y la ciudadanía paraguaya, en su reciente visita a nuestro país. Es decir, dejar de lado, marcar, condenar, excluir del sistema
social a la gente por su condición de pobre.
Amigos la pobreza no es un pecado, es producto de las estructuras económicas predominantes que concentran cada vez más la riqueza
en manos de unos pocos, mientras empuja a miles de millones de personas a la pobreza o la miseria.
Preguntamos, si el derecho a peticionar a las autoridades, que es un mandato de la Constitución Nacional, en los espacios públicos,
constituye un signo de violencia. Y nos preguntamos, acaso la pobreza y las carencias no son expresiones de violencia. Acaso cuando dejan a toda una comunidad sin su fuente de trabajo, como ocurrió con el cierre de la Azucarera Iturbe, cargadas de deuda y sin perspectivas de un ingreso para cubrir la alimentación, los gastos escolares, la salud y otras necesidades básicas, no están violentando la dignidad humana. No es violencia, entonces, cuando no tienen forma de pagar los préstamos obtenidos en instituciones financieras públicas, como el Banco Nacional
de Fomento o el Crédito Agrícola de Habilitación. O en las empresas financieras privadas que les exigen asumir sus compromisos y les advierten que podrían rematar sus escasos bienes, sus pequeños lotes. Y si los hijos piden algo para comer y no hay pan o mandioca
en la mesa. Si no hay dinero para salvar alguna enfermedad y no hay donde recurrir, no estamos frente a un hecho cruel que nos llena de vergüenza. En contrapartida, algunas autoridades son denunciadas en la prensa por corruptos ya que malgastan o roban el dinero público que se consigue con los impuestos que pagan las personas honestas.
No hay violencia, entonces, cuando ciertos políticos son acusados de enriquecerse con la plata pública que se debería invertir en salud,
educación, seguridad social que son funciones del Estado y cuentan con protección en las esferas de poder y gozan de impunidad.
En definitiva, no hay ninguna violencia en estos puntos que reclamamos a las autoridades.
Por eso, más que nunca es tan actual aquella canción de Teresa Parodi, dedicada a su hija y que vuelvo a repetir. El país que soñamos
que tú habitarás / Aun nos cuesta dolor, sudor y lágrimas. Y por eso, también, este sencillo homenaje a esos miles de personas que marcharon por las calles de nuestra querida ciudad de Asunción. Hemos sido protagonistas de un capítulo de la historia social de nuestro país, marcada por el coraje, la resistencia al sacrificio y el heroísmo cívico que nos ayudarán a construir una sociedad edificada sobre la igualdad y la justicia social.