POR EMILIO LUGO
El pasado 13 de mayo, fecha en que unos 32 diputados, cuyos nombres iremos publicando en próximas entregas, votaron por la modificación del proyecto sancionado, en noviembre del 2014, en la Cámara de Senadores, de nuestra Ley de Cooperativas 438/94. Desde esa fecha hemos leído y escuchado varias opiniones sobre el tema. Tanto los parlamentarios, el ministro de Hacienda, Santiago Peña; la viceministra de Tributación, Marta González; miembros del Equipo Económico, analistas de prensa y empresarios se han referido, rechazando la decidida y firme defensa del sector cooperativo de ahorro y crédito, expresado en el No al IVA a ser aplicado sobre los préstamos de los socios, conforme a los cambios aplicados al artículo 113º por los diputados.
No va a ser la primera ni la última vez que van a criticar a las cooperativas porque solicitan un tratamiento impositivo diferente para el cumplimiento de su función social. Este rechazo a su forma de organización y labor viene desde la economía comercial donde se impone el ídolo del dinero y somos esclavos de la avidez de la ganancia, donde la fraternidad y solidaridad despiertan el rechazo o el odio y donde la vida de las personas se convierte en datos estadísticos, como dijo el papa Francisco.
La mayoría de los argumentos emitidos que buscan convencer a la opinión pública, tratan de justificar las medidas adoptadas por los parlamentarios. Y en esas expresiones difundidas por la prensa o las redes sociales encontramos una idea común, una visión coincidente. Así es, los análisis respecto al modelo cooperativo se hacen con criterios y mirada de banqueros y desde la lógica del negocio bancario centrado en el privilegio, la preeminencia del capital, la ganancia del dinero, el lucro, el poder financiero sobre el esfuerzo humano solidario. Estos señores no valoran ni diferencian el trabajo de ayuda mutua, de cooperación que realizan las cooperativas y los consideran un negocio más como cualquier otro en el mercado que solo busca obtener rentabilidad, equiparables justamente a los bancos y financieras. Alguien dijo, incluso que los créditos cooperativos son simples transacciones que deben pagar el IVA y que el resto es pura filosofía, es decir simples palabras. Bueno, en verdad no es casual que traten de descalificar el aspecto doctrinario, la gente no socia. He escuchado, lamentablemente, hasta a varios cooperativistas afirmar que no debemos centrarnos mucho en la poesía, es decir la doctrina, sino en el negocio.
Esta actitud equivocada es fruto de la influencia de la corriente ideológica capitalista-monetarista que se impone en el mundo globalizado y está presente en la cultura, los modelos educativos, la publicidad agresiva de los medios de comunicación que van modelando o más bien envenenando nuestro pensamiento y nuestras aspiraciones humanas. Señores, para nosotros, la doctrina cooperativa, el conjunto de Valores y Principios Universales, es la base sobre la que se edifica nuestra empresa económica, social y le da fundamento a la legislación cooperativa, las Normativas del Incoop, los Estatutos Sociales y las Reglamentaciones que rigen la gestión económica, financiera y social de las cooperativas.
Es, precisamente, la característica, el signo fundamental de una identidad diferenciadora de todas las otras empresas de capital que operan en el mercado. No podemos pensar, entender ni desarrollar una empresa pequeña o grande, de economía social si despreciamos o abandonamos la doctrina.
Volvemos a repetir, no rechazamos el dinero, ni estamos en contra del capital. Pero tampoco aceptamos que la sociedad esté tutelada, sometida al dios dinero. Desde la esencia doctrinaria del modelo de economía social, el conjunto de actividades económicas o financieras se llevan adelante para cumplir un fin social. Los servicios tienen un significado solidario, de apoyo recíproco. A estos lo denominamos acto cooperativo. Los mismos se desarrollan al interior de las cooperativas o estas entre si. La implementación de estos servicios: Salud, Educación, Capacitación, Recreación, Deporte, Ahorro, Crédito, Producción, Comercialización etc., se realiza, con los recursos de los miembros de la empresa en forma de: Ahorro. Aporte, Cuota de Solidaridad, Trabajo, Rubros Productivos etc.
Y esto se debe a que en nuestro país, la cooperativa es del socio, para el socio y su familia. Los servicios como el Crédito no pueden utilizar personas no socias. Claro que los efectos benefician a toda la sociedad.
Esta experiencia única, este sistema distinto de organización y trabajo que es reconocido por las propias NN.UU., Naciones Unidas como herramienta fundamental en la lucha contra la pobreza y por la dignificación del ser humano, no se puede poner en un mismo nivel que las empresas comerciales.
Las cooperativas deben tener un tratamiento impositivo adaptado a su naturaleza diferente, particular. El respeto a las exenciones que pedimos, responde a la esencia solidaria, a la Responsabilidad Social inherente al cooperativismo, a la cultura del asociativismo que desarrolla para satisfacer las necesidades de los asociados.