POR EMILIO LUGO
Las primeras experiencias de organización cooperativa se iniciaron en nuestro país con la llegada de los inmigrantes menonitas a finales de la década del 20, en el siglo pasado. El primer grupo se instaló en el Chaco central que en esa época era una zona inhóspita, impenetrable. El 10% de los pioneros fallecieron, víctimas del agua contaminada diversas infecciones y provocadas por la picadura de mosquitos, víboras, otras alimañas. Nuestra historia no ha sido fácil. Ha significado esfuerzo, sudor, sacrificio y muchas veces dolor y lágrimas que han marcado la semilla germinal del movimiento cooperativo paraguayo. Y tanto ayer, como hoy, las cooperativas son esencialmente proyectos organizados de hombres y mujeres que confían en la solidaridad y la ayuda mutua para buscar la satisfacción de sus necesidades o llevar adelante emprendimientos innovadores. Integran el conjunto de organizaciones y unidades productivas que forman la economía social o la economía con rostro humano, según las expresiones del papa Francisco. El modelo cooperativo de trabajo privilegia el esfuerzo compartido de la gente, prioriza la dignidad humana, el valor de la vida, por encima del capital financiero que cada vez más se concentra en manos de una minoría de personas y empresas multinacionales.
En contrapartida, se profundiza el abismo entre ricos y pobres, aumenta la indignante desigualdad e inequidad que empuja a millones de personas hacia la cultura del DESCARTE, la que según las agudas palabras del Papa que estuvo recientemente en nuestro país, refiere a la marginación, violencia, desesperanza, conflictos que sufren especialmente los sectores de menores recursos. Las cooperativas se crean para implementar prioritariamente las funciones sociales. Son entidades de servicios. Lo económico y financiero son medios para el cumplimiento de la responsabilidad social cooperativa. Su finalidad no es la especulación ni la acumulación del capital, sino la rentabilidad social. Esta se traduce en las oportunidades que tienen los socios de dignificar su vida, contar con un trabajo estable y decente, un hogar confortable para su familia, cuidar la salud, acceder al conocimiento, disfrutar de la recreación, en fin, conocer y ejercer los derechos humanos fundamentales. Las empresas cooperativas se edifican sobre dos bases primordiales. Por un lado, el esfuerzo propio, es decir la autogestión a partir del trabajo, la producción, el aporte y ahorro, la inversión de los propios socios. La suma de estos recursos y factores sostiene la otra base que es la ayuda mutua que se expresa en la gestión y prestación colectiva de los múltiples servicios, entre los asociados y también entre las propias cooperativas que finalmente beneficia a la comunidad.Las cooperativas no se limitan a mejorar las condiciones económicas y materiales de los asociados. También construyen una nueva cultura cuyos soportes son los valores y principios universales del cooperativismo. Y acá nos referimos a las virtudes profundamente humanas, con base en el asociativismo, la libertad, solidaridad, igualdad, honestidad, transparencia que son imprescindibles para consolidar la democracia y garantizar el desarrollo humano en todas sus dimensiones:económica, social, ambiental y ética.