Por Nadia Delgado, consultora
Muchos líderes creen que su rol es transmitir valores. Y es verdad. Pero también es cierto que la cultura de una organización no se construye solo con discursos inspiradores. Se construye —y se destruye— en los pequeños gestos cotidianos. En lo que se tolera, en lo que se aplaude, en lo que se pasa por alto.
Una organización puede tener valores escritos en la pared, pero si en las reuniones se normaliza el maltrato, si los ascensos premian al más productivo y no al más íntegro, si el feedback se evita por miedo al conflicto… entonces la cultura real es otra.
El líder es espejo y termómetro. Lo que hace o deja pasar modela el comportamiento del resto. Por eso, su presencia —o su omisión— pesa más que cualquier código de ética.
Cultura es cuando un colaborador ve a su líder enfrentar una situación difícil con respeto. Cultura es cuando un equipo sabe que puede hablar sin miedo a ser descalificado. Cultura es cuando las decisiones reflejan el propósito, no solo el resultado.
Construir coherencia interna no es un acto de perfección, sino de humildad. Es revisar permanentemente si lo que se dice se está viviendo, si los procesos están alineados al mensaje, si los líderes modelan con sus acciones el tipo de organización que dicen querer construir.
Los equipos no se comprometen con slogans, se comprometen con líderes que honran con hechos lo que promueven con palabras. Y eso se nota en los detalles: en cómo se da una devolución, en cómo se resuelve un conflicto, en cómo se despide a alguien o se reconoce a otro.
El liderazgo con coherencia no es perfecto. Pero sí es honesto. Y esa honestidad sostenida en el tiempo es lo que convierte una cultura en algo vivo, creíble y poderoso.
Nadia Delgado es consultora experta en marca personal y ayuda a empresarios y líderes a duplicar sus resultados mientras equilibran su vida personal y profesional.

