Autora: Nadia Delgado, MBA. Consultora estratégica.
Hay señales que inquietan: el equipo ya no propone, las reuniones son más silenciosas, las tareas se cumplen a medias, el entusiasmo bajó. Y el líder empieza a preguntarse en silencio: ¿Qué pasó? ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Por qué ya no me siguen?
Cuando un equipo se desconecta, no suele ser por una sola razón. A veces hay acumulación de frustraciones no habladas, expectativas poco claras, cambios que no fueron acompañados emocionalmente o simplemente fatiga. Pero muchas veces, la raíz está en la relación con el liderazgo.
Los errores más comunes son tres: creer que el problema es solo de actitud, endurecer el control para compensar la desconexión, o evitar la conversación incómoda. Y en los tres casos, se profundiza la distancia.
Recuperar la conexión no es inmediato, pero es posible. Y empieza por **escuchar con humildad**. Hacer espacio para que el equipo diga cómo se siente, qué le está costando, qué necesita. No se trata de caer bien: se trata de reconstruir la confianza.
Después de escuchar, viene el segundo paso: **revisar el estilo de liderazgo**. ¿Estoy presente o solo exigiendo? ¿Doy contexto o solo tareas? ¿Reconozco logros o solo señalo errores?
Y luego, actuar: reconectar el equipo con el propósito, dar sentido a lo que hacen, ajustar lo necesario y sostener el cambio con el ejemplo.
Un equipo puede volver a creer cuando ve que su líder se humaniza, se corrige y toma decisiones valientes. Porque el liderazgo no se mide solo cuando todo va bien. Se mide, sobre todo, en los momentos donde hay que recuperar lo perdido: la motivación, la cercanía y el compromiso compartido.

